lunes, 3 de noviembre de 2008

Alejandro y la perla rosada

Había una vez un niño que desde muy pequeño su abuelo le contaba cuentos sobre las edades de la Tierra. De tal modo, que poco a poco su interés por las Rocas fue y fue creciendo. Las Rocas le fascinaban, le gustaba jugar con ellas, coleccionarlas… Un día su abuelo lo llevó cerca de las montañas, y Alejandro que así se llamaba el niño nunca pudo borrar de su mente la imponente imagen de ese conjunto de Rocas que conformaban la montaña más alta que el jamás había visto.
Cada noche se acostaba pensando en aquella montaña y las historias que su abuelo le contaba sobre ella y los misterios que encierra las profundidades de la Tierra. A Alejandro le fascinaban las historias de insectos gigantes que una vez vivieron en la Tierra y que la lava volcánica se encargó de enterrar y fosilizar. Historias sobre lagunas gigantes, salobres, mares que se encontraban en mitad de lo que hoy en día es tierra seca, puro desierto, donde el agua hay que buscarla en la profundidad de la Tierra.
Un día su abuelo le contó un gran secreto…. Hace millones de años, había moluscos gigantes que vivían es esos mares, que cubrían lo que hoy es tierra seca. Existía en esos mares, la ostra más grande que jamás existió. Un día una piedra entró dentro de esta gran Ostra y siglos después de estar en su interior formó una perla rosa y gigante, cuentan, dicen, comentan que las entrañas de la Tierra se removieron y engulló el mar completamente y que la ostra sigue viva allá en las profundidades, guardando en su interior la perla más hermosa que jamás el ojo humano pudo contemplar.
Alejandro, pensando en las montañas, en las rocas, en el mar subterráneo pasó su infancia y con el deseo de encontrar la perla rosada creció, y creció, cada vez más alto y más fuerte, como las Rocas y hermoso como una gran montaña. Muchos años después estudió geología para poder encontrar esa perla y se dedicó a buscar agua en el interior de la Tierra. Pasaron los años y Alejandro seguía buscando, el deseo de encontrarla cada vez era más fuerte, y estuvo a punto de dejar de buscar pero algo le decía que estaba cerca de ella.
Era un día de esos de verano, en el norte con mucho calor durante el día y mucho frío por la noche, estaba deseoso de volver a casa, eso es lo que el pensaba, cuando…. Con una máquina, de repente, sin esperarlo, apareció. Si estaba allí, sus ojos no lo podían creer, será un espejismo de desierto, será un sueño, una emoción, un hormigueo le recorría todo el cuerpo, sus piernas temblaban, la perla….
De repente un frío sudor resbaló por su frente, ¿Qué voy a hacer ahora? Pensó. Tanto, tanto había buscado esa perla que cuando la encontró no se le ocurrió que podía hacer con ella, no era justo que le arrebatara a la Tierra su tesoro más preciado. La acarició, la admiró y se la devolvió a la Tierra.

jueves, 24 de julio de 2008

Retomando la sabia cultura Védica
Esta es una reformulación de un cuento de la cultura veda, totalmente aplicable a nuestros días.

De cómo los animales de la selva pueden organizarse para sobrevivir o rebelarse ante el poder tiránico del más fuerte (Título Original: El León y la Liebre)

Los animales de la selva vivían tranquilos, conforme a las leyes de la naturaleza, un día llegó un tiránico León, que comenzó a matar animales, uno tras otro, más allá de las necesidades, que aquel León tenía para saciar su hambre. Los animales de la selva, viendo aquel comportamiento y aterrorizados por el hecho de ver peligrar sus vidas y la de sus congéneres, decidieron organizarse y mandaron una comitiva para hablar con el León.
-Señor, le dijeron, - ¿Porqué destruir así a todos los animales? Todos los días os enviaremos a uno de nosotros para que os alimentéis. Y así ocurrió, cada día, uno de los animales de la selva era enviado para saciar el hambre del León, con la salvedad de que cada vez el León estaba más y más hambriento y después fueron dos, y tres, y cuatro…
Cierto día, una vieja liebre, a la que llegó el turno de ser la merienda del León, se dijo para sus adentros: - No se obedece más que aquel a quien se teme, y esto solo para conservar la vida. Si debo morir, ¿de que me sirve mostrar sumisión al León?, así que voy a ir tranquilamente paseando, me tomaré mi tiempo… no me puede más que costar la vida ¡y esa la voy a perder!
Así que la libre, se tomó su tiempo, se detuvo varias veces para comer pasto, sabrosas raíces, se tumbó al sol para calentarse la panza...Cuando llegó al lugar donde estaba el León, lo encontró enfurecido, ya que estaba hambriento y colérico le preguntó en cuanto la vio:
- ¿Por qué vienes tan tarde?
- No ha sido por mi culpa majestad, le dijo la liebre. Cuando venía para acá, otro león me ha retenido a la fuerza y le he jurado que regresaría para ser su merienda. He venido a decírselo para que no se enfade con la Cooperativa de Animales de la selva (SPS sacrifiquémonos para sobrevivir).
- Llévame rápidamente donde está ese insensato que no sabe que yo soy el Todopoderoso, dijo furioso el León.
La liebre lo guió hasta un pozo y le dijo: -señor el otro león se encuentra en las profundidades de esa guarida (la liebre señalaba el pozo). El León se asomó se vio reflejado en el agua del pozo y pensando que su propia imagen era el insurrecto, no lo pensó ni un segundo y se lazó dentro, muriendo ahogado.

viernes, 18 de julio de 2008

Paisajes

Una vez más, María recorría el camino que tanto amaba, para encontrarse con aquellas cenizas que un día de viento intenso se encargó de esparcir por aquella ladera, aunque parte quedaron bajo el rosal amarillo del jardín trasero de la casa. El cielo era de azul intenso, con nubes que viajaban a grandes velocidades, ya que nuevamente, como de costumbre, era un día de viento, sol y nubes algodonosas. La arcilla del suelo en perfecta combinación con el color de la bóveda celeste, resquebrajado, polvoriento, tiñó sus zapatillas de color naranja, y en sus labios se impregnó el polvo, dándole un color a su tez muy similar al que habían adquirido sus zapatillas blancas.
Siguió el camino de costumbre, pasando por la vaquería del “gusano” y la fábrica de quesos, tomó el camino de la derecha, ya que prefirió, no pasar por el cementerio de huesos de reses, esta vez, decidió pasar por el cementerio de huesos humanos. Bordeó la tapia del cementerio y llegó al “Descanso”, un arco, en medio del camino, con asientos de cemento y una cruz en su techo, que indica que la Romería de mayo a la Ermita de la santa Rabiosa, pasa por ese lugar. María, repitió el ritual de siempre, con el mismo pensamiento que le asalta cada vez que pasa por ese lugar (si es el descanso… habrá que sentarse a descansar), pero esta vez decidió tumbarse y realmente descansar del sol y del viento. Por un instante, su mente se perdió en el recuerdo de las personas que un día pasaron por allí y decidieron dejar una pintada (quintos 67, Rosita ama a Pablo, Quintos 92…) novecientos habitantes son fáciles de recordar.
María se levantó y siguió el camino, pasó por un pequeño pinar abancalado, una loma y al fondo ya pudo vislumbrar la Ermita y a la derecha en un monte aledaño, El Calvario.
Cuando llegó a la Ermita, se dirigió a la fuente, para poder tomar un poco de agua, pero se encontró con la sorpresa de que un cartel indicaba que no era agua potable.- ¿Qué ha pasado? – siempre bebo de esta agua. -¿Quién habrá colocado este cartel?-Habrá sido el farmacéutico del pueblo, creo que es nuevo. María no hizo caso del cartel y bebió agua de la fuente de la Santa, tenía la boca seca por el viento, el sol y la tierra. Siguió el camino y se adentró en el monte. Este no es un monte cualquiera, ya que no hay ni un solo árbol, solo pequeños arbustos, tomillo, romero… que perfuman el ambiente. María se agachó y arrancó un poco de tomillo, lo olió, lo puso entre sus manos y lo frotó por su piel para que se impregnara su olor.
Por fin llegó al lugar, se sentó y miró el horizonte sin fin de ese desierto hermoso, una lágrima recorrió su mejilla, - Papa te echo de menos.

martes, 8 de julio de 2008

Que mi voz no se quede sin grito
Que mi grito no se quede sin oído
Que mi mente no haga caso omiso del grito
Que los gritos se multipliquen como el eco
Que el eco se convierta en consigna
Que la consigna sea liberación.

lunes, 7 de julio de 2008

Allá donde la vista se pierde
no hay más que una línea
a veces es agua
otras la planitud de la tierra.
Allá donde la vista se pierde
perdí además la distancia
que separa
el corazón y el alma
¿y la tierra?
¿donde quedó la tierra?
en el corazón aunque el alma tenga otras casas.
Viniste hasta mi centro
para ponerme en vilo los sentidos
tensaste el hilo
y de este modo me desvivo
en el filo sedoso de la cima

Versión verdadera de una historia ficticia

Capitulo I

Abejita levitaba por un campo de girasoles al norte de una tierra que quedaba no fuera del tiempo, sino en una temporalidad diferente. Pensaba en el cielo, el sol, los colores que percibía, si existían realmente o si nosotros lo veríamos así, más aún, pensaba si nosotros, si ellos lo verían así. La diferencia de temporalidad se daba porque el tiempo jamás se había medido con relojes en ese lugar, sino que se medía simple y complejamente por lo que en verdad era: como lo sentía cada uno. Por eso un día a veces era más largo, a veces más corto, dependía de que le hubiera ocurrido a cada ser en ese rato o década (según como le hubiese sentado lo que le había ocurrido). No había horas ni minutos y ni siquiera se concebía la posibilidad de que dichas cosas existieran o tuvieran sentido. Abejita, sentía todo esto con alegría al verlo más natural y disfrutaba de sus alados paseos (nunca sabremos de cuanta duración), gracias a ello conversaba con jilgueros y demás seres alados.
Por eso es que la dulzura de su voz llegó a un joven pescador de girasoles que pasaba sus días meditando con la caña de pescar como única compañía. Nunca pescaba nada, se sabe que los girasoles no pasan muy seguido. Pero como el tiempo no se medía del mismo modo que acá (ahora), no sentía que estuviera perdiendo el tiempo.
Con presteza hizo lo que todos imaginamos que debía hacer. Fue a lo de la Bruja Cachufla, le pidió un par de alas y ella le dio la receta para el brebaje adecuado.
Juntó las debidas hierbas, semillas, raíces (jengibres), plumeros y girasoles. Con ellos se hizo el sagrado elixir de su buena venturanza. Bebió hasta emborracharse mil noches con ese santo brebaje, lo necesario para que incipientes alas dejaran verse en sus costados. Consiguió aprender a volar. Y para no errar se dejaba llevar por los girasoles ingeridos en el brebaje, que lo guiaban indefectiblemente hacia abejita, la de las dulce letras.
Un día se encontraron, se miraron, se olieron, se vieron, se escucharon, se tocaron, se sintieron. Y luego dejaron de escucharse. Por lo menos dejaron de hablarse con palabras de este mundo, las cuales, se sabe, se caracterizan por ser inexactas, redundantes o insuficientes, vamos, imperfectas, no útiles para transmitir verdades o sentimientos intensos.
“Lengua alada" le llaman ahora a la que hablan , que transmite ideas con el pensamiento, ideas puras, perfectas, sabias, hermosas, según algunos, al respecto no tenemos certezas. Los cronistas desconocen los detalles. Solo sabemos que van contentos uno del otro. Si no me creen pregunten a sus sonrisas transcendentes.

Capitulo II

Abejita, conocía el mundo desde el aire, pero el pescador de girasoles tenía secretos sobre las profundidades del agua, que Abejita jamás hubiera imaginado, ya que a ella siempre le interesó ver la vida desde el aire. Un día el pescador, cansado de revolotear por ahí, quiso ir a pescar, pero esta vez no se conformaba con el hermoso río donde había conocido a Abejita. Decidió ir al Lago Verde. Los lugareños, no se acercaban a dicho lago, ya que, dicen, se comenta, en los aledaños del mismo, vivían los duendes y que de sus aguas, hermosas mujeres, surgían con cánticos que adormecían a todo aquel que los escuchaba y jamás se volvía a saber de ellos. El pescador quería ir a pescar al Lago Verde y no le importaba lo que sus vecinos contaban, y Abejita lo único que quería es que el pescador fuera feliz. El pescador , que era muy valiente, agarró su caña y se dirigió hacia el lugar, dispuesto a pescar el Girasol más grande jamás pescado. Llegó a la orilla, lanzó su caña, poniendo un trocito de sol que guardaba en el bolsillo para una ocasión especial como esta, y … (no se sabe cuanto tiempo pasó, pues en aquel lugar, el tiempo es inconmensurable). Poco a poco se sintió más y más cansado, los párpados pesados comenzaron a cerrarse y una sensación de calma y paz se fue instalando en cada célula de su cuerpo, provocado por unas armoniosas vibraciones que llegaban a sus oídos, y como las ondas que provocan las piedras al chocar con la superficie del agua, fueron llamando a su ser. Casi, casi, sumergido ya en la inconsciencia del sueño, pudo ver como desde el agua se acercaba una figura, le agarró de la mano y lo sumergió en el agua.
Cuando el pescador de girasoles despertó se encontró rodeado de hermosas mujeres, con cabellos largos y de color verde como las algas. Entre ellas no hablaban, con palabras, tal cual las conocemos en este mundo, sino que mirando fijamente sus grandes pupilas transmitían fantásticas historias.
No se sabe cuanto tiempo permaneció el pescador en el mundo de las Ondinas, el estaba feliz allí, rodeado de belleza, de música, pero de vez en cuando, algo perturbaba su mente, un olor, que le recordaba a alguien, un nota musical con una tonalidad que reconfortaba, un beso que sabia a una dulzura ya probada…

No se si es un Verdadero Cuento



No se si este es un verdadero cuento, si tiene moraleja o un final, tampoco se si debería comenzarlo como todos los cuentos, era se una vez…Tampoco creo tener la imaginación suficiente para inventar un cuento desde el principio, por ahí se me mezcla en la memoria un cúmulo de cuentos en los cuales por una cosa u otra me traen recuerdos de mi infancia, cuando a la hora de comer mi madre los ponía en un radiocasette, que duró, creo, toda la vida, no como los aparato chinos de la actualidad. Lo que si que va ha tener este cuento es un lobo, disfrazado de mil maneras diferentes, además un lobo o muchos lobos a los cuales he querido.

De cómo caperucita Roja llegó a Buenos Aires…
No había una mejor fecha para partir a tierras lejanas, como Marco en busca de su mama, que un 11 del 11, para romper la racha talibán. Pero esta vez era de los Pirineos a los Andes, eso creía Caperucita, porque desde que llegó no volvió a visitarlos.
Caperucita Roja, Heidi o como quieras llamarla, había conocido a Pedro precisamente en los Andes allá por Bolivia, a él le gustaba el campo tanto como a ella o por lo menos eso le decía y juntos proyectaron un futuro cerca del monte, pero antes y debido a las obligaciones que tenía como padre Pedro, Caperucita debía de pasar un tiempo en el bosque de asfalto.
El hermoso Pedro, era anarquista militante, defensor del mundo indígena, lector acérrimo y un gran orador, todo eso era cuando Caperucita lo conoció a Pedro. Pero cuando Caperucita arribó en Ezeiza se encontró algo muy diferente…
Pedro había pasado una crisis medio rara, algo así como fobia, con taquicardias y mareos incluidos, vamos una ida del bolo en toda la regla, y su querido Pedro había cambiado, ahora era, Peronista, cristiano y de vez en cuando se le escapaba algún que otro “sucia negra”. Caperucita, sorprendida y enamorada, no le dio mucha importancia a todo eso debido a que el pobre Pedro lo había pasado mal en su ausencia.
Caperucita se compró una casa (cuando la compró, se encontró a su primer par de lobos, pero eso es otra historia y no viene a cuento) y se llevo a vivir con ella a Pedro, pensando que el amor que sentía por él sanaría todo y juntos compartirían un futuro feliz.
-Buenos Aires, que olor especial tienes, pensaba Caperucita, -la gente tiene otro olor, piensa distinto, cuanta variedad, que carteles tan grandes!, Que bueno! A la gente le gusta mi “tonada” -de donde sos?, -que hacés acá?, como? ahora que todos se van para allá vossssss…y Caperucita deseosa de hablar, de conocer gente, empezó a entablar “amistades de barrio”.
Un día, Caperucita regresó a casa, fue a comprar cigarrillos, pero tardó un poco más de la cuenta, porque se quedó charlando con el kiosquero, ahí fue cuando a Pedro le empezaron a crecer las orejas de lobo, -te gusta el kiosquero?, depués fue el churrero, el vendedor de libros, un amigo de Pedro, el profesor de fotografía…, así que, Caperucita cada vez hablaba con menos gente, y comenzó a dejarse el pelo largo, cada vez sus trenzas eran más y más largas, cada vez estaba más triste encerrada en la casa, no se arreglaba, porque él la criticaba, y Caperucita disminuyó de tamaño, cada vez más pequeña, casi, casi era una marioneta de madera, y le empezó a crecer la nariz puesto que mintió y mintió a su amado Pedro para poder salir a pasear y tener aunque sea una pequeña vida. Sumado a esto, la plata no alcanzaba, así que todos los meses Caperucita hacía malabares para poder llegar a fin de mes, además no sabía como, el dinero desaparecía de la cajita, todo un misterio…
El resto de este primer capítulo del cuento, más o menos te lo puedes imaginar. A Pedro le crecieron las orejas, el hocico, las patas, el rabo y resulta que no era realmente Pedro era uno lobo. Moraleja: No comas chorizo