Había una vez un niño que desde muy pequeño su abuelo le contaba cuentos sobre las edades de la Tierra. De tal modo, que poco a poco su interés por las Rocas fue y fue creciendo. Las Rocas le fascinaban, le gustaba jugar con ellas, coleccionarlas… Un día su abuelo lo llevó cerca de las montañas, y Alejandro que así se llamaba el niño nunca pudo borrar de su mente la imponente imagen de ese conjunto de Rocas que conformaban la montaña más alta que el jamás había visto.
Cada noche se acostaba pensando en aquella montaña y las historias que su abuelo le contaba sobre ella y los misterios que encierra las profundidades de la Tierra. A Alejandro le fascinaban las historias de insectos gigantes que una vez vivieron en la Tierra y que la lava volcánica se encargó de enterrar y fosilizar. Historias sobre lagunas gigantes, salobres, mares que se encontraban en mitad de lo que hoy en día es tierra seca, puro desierto, donde el agua hay que buscarla en la profundidad de la Tierra.
Un día su abuelo le contó un gran secreto…. Hace millones de años, había moluscos gigantes que vivían es esos mares, que cubrían lo que hoy es tierra seca. Existía en esos mares, la ostra más grande que jamás existió. Un día una piedra entró dentro de esta gran Ostra y siglos después de estar en su interior formó una perla rosa y gigante, cuentan, dicen, comentan que las entrañas de la Tierra se removieron y engulló el mar completamente y que la ostra sigue viva allá en las profundidades, guardando en su interior la perla más hermosa que jamás el ojo humano pudo contemplar.
Alejandro, pensando en las montañas, en las rocas, en el mar subterráneo pasó su infancia y con el deseo de encontrar la perla rosada creció, y creció, cada vez más alto y más fuerte, como las Rocas y hermoso como una gran montaña. Muchos años después estudió geología para poder encontrar esa perla y se dedicó a buscar agua en el interior de la Tierra. Pasaron los años y Alejandro seguía buscando, el deseo de encontrarla cada vez era más fuerte, y estuvo a punto de dejar de buscar pero algo le decía que estaba cerca de ella.
Era un día de esos de verano, en el norte con mucho calor durante el día y mucho frío por la noche, estaba deseoso de volver a casa, eso es lo que el pensaba, cuando…. Con una máquina, de repente, sin esperarlo, apareció. Si estaba allí, sus ojos no lo podían creer, será un espejismo de desierto, será un sueño, una emoción, un hormigueo le recorría todo el cuerpo, sus piernas temblaban, la perla….
De repente un frío sudor resbaló por su frente, ¿Qué voy a hacer ahora? Pensó. Tanto, tanto había buscado esa perla que cuando la encontró no se le ocurrió que podía hacer con ella, no era justo que le arrebatara a la Tierra su tesoro más preciado. La acarició, la admiró y se la devolvió a la Tierra.
Cada noche se acostaba pensando en aquella montaña y las historias que su abuelo le contaba sobre ella y los misterios que encierra las profundidades de la Tierra. A Alejandro le fascinaban las historias de insectos gigantes que una vez vivieron en la Tierra y que la lava volcánica se encargó de enterrar y fosilizar. Historias sobre lagunas gigantes, salobres, mares que se encontraban en mitad de lo que hoy en día es tierra seca, puro desierto, donde el agua hay que buscarla en la profundidad de la Tierra.
Un día su abuelo le contó un gran secreto…. Hace millones de años, había moluscos gigantes que vivían es esos mares, que cubrían lo que hoy es tierra seca. Existía en esos mares, la ostra más grande que jamás existió. Un día una piedra entró dentro de esta gran Ostra y siglos después de estar en su interior formó una perla rosa y gigante, cuentan, dicen, comentan que las entrañas de la Tierra se removieron y engulló el mar completamente y que la ostra sigue viva allá en las profundidades, guardando en su interior la perla más hermosa que jamás el ojo humano pudo contemplar.
Alejandro, pensando en las montañas, en las rocas, en el mar subterráneo pasó su infancia y con el deseo de encontrar la perla rosada creció, y creció, cada vez más alto y más fuerte, como las Rocas y hermoso como una gran montaña. Muchos años después estudió geología para poder encontrar esa perla y se dedicó a buscar agua en el interior de la Tierra. Pasaron los años y Alejandro seguía buscando, el deseo de encontrarla cada vez era más fuerte, y estuvo a punto de dejar de buscar pero algo le decía que estaba cerca de ella.
Era un día de esos de verano, en el norte con mucho calor durante el día y mucho frío por la noche, estaba deseoso de volver a casa, eso es lo que el pensaba, cuando…. Con una máquina, de repente, sin esperarlo, apareció. Si estaba allí, sus ojos no lo podían creer, será un espejismo de desierto, será un sueño, una emoción, un hormigueo le recorría todo el cuerpo, sus piernas temblaban, la perla….
De repente un frío sudor resbaló por su frente, ¿Qué voy a hacer ahora? Pensó. Tanto, tanto había buscado esa perla que cuando la encontró no se le ocurrió que podía hacer con ella, no era justo que le arrebatara a la Tierra su tesoro más preciado. La acarició, la admiró y se la devolvió a la Tierra.