lunes, 7 de julio de 2008

Versión verdadera de una historia ficticia

Capitulo I

Abejita levitaba por un campo de girasoles al norte de una tierra que quedaba no fuera del tiempo, sino en una temporalidad diferente. Pensaba en el cielo, el sol, los colores que percibía, si existían realmente o si nosotros lo veríamos así, más aún, pensaba si nosotros, si ellos lo verían así. La diferencia de temporalidad se daba porque el tiempo jamás se había medido con relojes en ese lugar, sino que se medía simple y complejamente por lo que en verdad era: como lo sentía cada uno. Por eso un día a veces era más largo, a veces más corto, dependía de que le hubiera ocurrido a cada ser en ese rato o década (según como le hubiese sentado lo que le había ocurrido). No había horas ni minutos y ni siquiera se concebía la posibilidad de que dichas cosas existieran o tuvieran sentido. Abejita, sentía todo esto con alegría al verlo más natural y disfrutaba de sus alados paseos (nunca sabremos de cuanta duración), gracias a ello conversaba con jilgueros y demás seres alados.
Por eso es que la dulzura de su voz llegó a un joven pescador de girasoles que pasaba sus días meditando con la caña de pescar como única compañía. Nunca pescaba nada, se sabe que los girasoles no pasan muy seguido. Pero como el tiempo no se medía del mismo modo que acá (ahora), no sentía que estuviera perdiendo el tiempo.
Con presteza hizo lo que todos imaginamos que debía hacer. Fue a lo de la Bruja Cachufla, le pidió un par de alas y ella le dio la receta para el brebaje adecuado.
Juntó las debidas hierbas, semillas, raíces (jengibres), plumeros y girasoles. Con ellos se hizo el sagrado elixir de su buena venturanza. Bebió hasta emborracharse mil noches con ese santo brebaje, lo necesario para que incipientes alas dejaran verse en sus costados. Consiguió aprender a volar. Y para no errar se dejaba llevar por los girasoles ingeridos en el brebaje, que lo guiaban indefectiblemente hacia abejita, la de las dulce letras.
Un día se encontraron, se miraron, se olieron, se vieron, se escucharon, se tocaron, se sintieron. Y luego dejaron de escucharse. Por lo menos dejaron de hablarse con palabras de este mundo, las cuales, se sabe, se caracterizan por ser inexactas, redundantes o insuficientes, vamos, imperfectas, no útiles para transmitir verdades o sentimientos intensos.
“Lengua alada" le llaman ahora a la que hablan , que transmite ideas con el pensamiento, ideas puras, perfectas, sabias, hermosas, según algunos, al respecto no tenemos certezas. Los cronistas desconocen los detalles. Solo sabemos que van contentos uno del otro. Si no me creen pregunten a sus sonrisas transcendentes.

Capitulo II

Abejita, conocía el mundo desde el aire, pero el pescador de girasoles tenía secretos sobre las profundidades del agua, que Abejita jamás hubiera imaginado, ya que a ella siempre le interesó ver la vida desde el aire. Un día el pescador, cansado de revolotear por ahí, quiso ir a pescar, pero esta vez no se conformaba con el hermoso río donde había conocido a Abejita. Decidió ir al Lago Verde. Los lugareños, no se acercaban a dicho lago, ya que, dicen, se comenta, en los aledaños del mismo, vivían los duendes y que de sus aguas, hermosas mujeres, surgían con cánticos que adormecían a todo aquel que los escuchaba y jamás se volvía a saber de ellos. El pescador quería ir a pescar al Lago Verde y no le importaba lo que sus vecinos contaban, y Abejita lo único que quería es que el pescador fuera feliz. El pescador , que era muy valiente, agarró su caña y se dirigió hacia el lugar, dispuesto a pescar el Girasol más grande jamás pescado. Llegó a la orilla, lanzó su caña, poniendo un trocito de sol que guardaba en el bolsillo para una ocasión especial como esta, y … (no se sabe cuanto tiempo pasó, pues en aquel lugar, el tiempo es inconmensurable). Poco a poco se sintió más y más cansado, los párpados pesados comenzaron a cerrarse y una sensación de calma y paz se fue instalando en cada célula de su cuerpo, provocado por unas armoniosas vibraciones que llegaban a sus oídos, y como las ondas que provocan las piedras al chocar con la superficie del agua, fueron llamando a su ser. Casi, casi, sumergido ya en la inconsciencia del sueño, pudo ver como desde el agua se acercaba una figura, le agarró de la mano y lo sumergió en el agua.
Cuando el pescador de girasoles despertó se encontró rodeado de hermosas mujeres, con cabellos largos y de color verde como las algas. Entre ellas no hablaban, con palabras, tal cual las conocemos en este mundo, sino que mirando fijamente sus grandes pupilas transmitían fantásticas historias.
No se sabe cuanto tiempo permaneció el pescador en el mundo de las Ondinas, el estaba feliz allí, rodeado de belleza, de música, pero de vez en cuando, algo perturbaba su mente, un olor, que le recordaba a alguien, un nota musical con una tonalidad que reconfortaba, un beso que sabia a una dulzura ya probada…

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